Lavanda




Nombre común: Lavanda

Nombre científico: Lavandula angustifolia

La lavanda es un género de plantas de la familia de las lamiáceas, que contiene unas sesenta especies y taxones infra-específicos aceptados de los algo más de doscientos descritos; se las conoce como lavanda, alhucema, espliego o cantueso, entre otros muchos nombres comunes.

La Lavanda en cualquiera de sus variedades (existen más de 60 tipos) es de carácter perenne, por lo que sus hojas no se renovarán anualmente. Capaz de alcanzar el metro y medio de altura, esta planta es un arbusto que adquirirá un carácter leñoso. Esto hace que la Lavanda sea ideal para formar hermosos cierres y borduras (que serán todavía más llamativos con la llegada de su singular floración).

La lavanda toma su nombre del latín lavare (lavar), y se ha utilizado durante siglos para aromatizar aceite de baño y jabones. Es originaria del Mediterráneo y sigue estrechamente relacionada con la industria del perfume del sur de Francia. Sus flores son apreciadas por sus virtudes calmantes y sedantes, y el aceite esencial se utiliza para los dolores musculares y los problemas respiratorios.

La flor de lavanda, fuertemente aromática, se utiliza, además de como ambientador natural, como repelente de las polillas. También se elabora un tónico de lavanda que tiene propiedades refrescantes, limpiadores y tonificantes o un exfoliante natural para suavizar la piel del cuerpo.

Algo que podemos lograr siguiendo cinco sencillos pasos para cultivar esta maravillosa planta:

¿Qué tipo de sustrato necesita la Lavanda?

La Lavanda no solo necesita un sustrato alcalino (o, lo que es lo mismo, con un pH elevado) sino que, además, es fundamental para su correcto crecimiento. En caso de que nuestro suelo sea ácido, tendremos que compensar esa acidez con un sustrato específico (que tendremos que aplicar de manera recurrente) o, incluso, añadiendo cal para elevar el pH.

Además de hacer que la planta disponga de este tipo de sustrato para crecer, es esencial que la Lavanda cuente con un buen drenaje. Para ello, lo ideal es que le procuremos un suelo arenoso (que facilite la evacuación de agua, evitando que haya cualquier rastro de humedad). Este aspecto es especialmente importante, ya que las raíces de la Lavanda no toleran los encharcamientos en ninguna estación del año pero, especialmente en invierno (época en la que un exceso de agua en las raíces puede congelarlas y matar a la planta).

No existe un lugar específico sino, más bien, uno que reúna las condiciones necesarias. Con esto nos referimos a que tanto en maceta (necesitará tener un diámetro de entre 30 y 40 centímetros) como directamente en el suelo es posible plantar Lavanda y disfrutarla con éxito. Lo que sí es importante es que la planta cuente con buena aireación o, lo que es lo mismo, que cuando la plantemos no solo evitemos hacerlo muy cerca de otras plantas sino que también preveamos las dimensiones que puede alcanzar cuando comience a crecer (con vistas a guardar una cierta distancia con respecto a cualquier otra planta). De esta forma, podrá crecer con normalidad sin entorpecer tampoco el crecimiento de sus vecinas.

Además, es fundamental que la planta reciba sol directo al menos durante seis horas diarias. Una buena razón para evitar, si la plantamos en tierra, que esté próxima a árboles que puedan robarle luminosidad.

Dado su carácter rústico, en la naturaleza la Lavanda soporta incluso las épocas de ausencia de agua. Sin embargo, tendremos que prestarle atención a su pauta de riego especialmente en los meses de crecimiento en los que tendremos que dispensarle un riego moderado. Es importante que la reguemos evitando siempre mojar sus ramas y flores, ya que de hacerlo corremos el riesgo de que en la planta proliferen hongos.

Durante los meses de frío, espaciaremos los riegos y los concentraremos en las horas centrales del día para evitar que, con la llegada de la noche, sus raíces todavía puedan guardar humedad. En los meses de calor, lo ideal es un riego regular una vez a la semana y siempre que el sustrato esté seco antes de hacerlo (si todavía conserva humedad, esperaremos un poco más antes de volver a regar).

Y si fertilizar la planta no es importante, sí lo es realizar una poda. Esto es algo que no debemos confundir con recoger sus flores (si el destino de estas es tener fines decorativos o, incluso, medicinales). Con el comienzo de la primavera o la llegada del otoño (siempre antes o después de la época de floración), lo más recomendable es realizar una pequeña poda que nunca superará la mitad del tamaño de la planta. Gracias a ella, estaremos estimulando el crecimiento de nuevas ramas pero también de sus flores.

Esta misma tarea la realizaremos en aquellas lavandas que estén dispuestas creando un cierre o bordura, con una pequeña diferencia: además de podarla en altura, tendremos que hacerlo en contorno (con vistas a darle la forma que queramos, y que todo el cierre siga una misma línea estética).


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